Es casi imposible separar la ya mítica novela de Arthur C. Clark de la película de Stanley Kubrick. Ambas se crearon de manera paralela, a partir del relato corto El centinela (1948), y suponen uno de los hitos de la ciencia ficción en la literatura y en el cine. ¿Quién es capaz de escuchar la música de Así habló Zaratustra, de Richard Strauss, y no viajar mentalmente a esa odisea espacial que ya es leyenda?
He leído esta novela varias veces, y todas y cada una me ha maravillado de la misma manera. Desde el magistral inicio, con ese monolito que da un empujoncito a nuestros ancestros para que desarrollen su inteligencia, al salto al futuro, donde el monolito que aparece enterrado en la Luna avisa a su matriz en Saturno de que los humanos por fin son seres con inteligencia suficiente (en la película está en Júpiter, pero sin duda me quedo con la belleza de Saturno y sus anillos). La soledad del astronauta Bowman tras la rebelión del computador HAL 9000 en el Discovery, magistralmente narrada, es una de mis partes favoritas de la novela: esa certeza de que nunca volverá a casa, asumida sin ningún drama; su manera automática de organizar sus días mientras se acerca a Saturno… y esa frase, cuando por fin llega a su destino y se atreve a explorarlo: «¡Está lleno de estrellas!».
Es una novela poética, visionaria e imprescindible para todos los amantes de la ciencia ficción.
Más información sobre el autor en Wikipedia.