Serie Kurt Wallander (1991-2009). Henning Mankell.
Novelas:
- Asesinos sin rostro (1991).
- Los perros de Riga (1992).
- La leona blanca (1993).
- El hombre sonriente (1994).
- La falsa pista (1995).
- La quinta mujer (1996).
- Cortafuegos (1998).
- La pirámide (1999).
- Antes de que hiele (2002).
- Huesos en el jardín (2002).
- El hombre inquieto (2009).
¿Por qué queremos tanto a Kurt Wallander? Es un policía con momentos brillantes, sí, pero la mayor parte del tiempo es casi anodino, normal, acuciado por problemas comunes: llegar a fin de mes, su peso, alimentarse mejor, la familia, los fallos del coche… En mi opinión, precisamente por eso amamos a Wallander: porque es como nosotros. No es un superhéroe que desface entuertos envuelto en una capa invisible: es uno de nosotros. Cuando Mankell publicó la primera novela de la serie, en 1991, Suecia no estaba al alcance de la mano como ahora: Internet era todavía algo lejano, y en España idealizábamos a los países nórdicos como si estuviesen habitados por semidioses. Y de repente llega Kurt y nos muestra una Suecia llena de matices, en la que un inspector de policía tiene los mismos problemas para llegar a final de mes que nosotros, en la que hay machismo, violencia y donde la sociedad también cuestiona su modo de vida. Recuerdo que, en aquellos primeros años de los 90, en los que yo era veinteañera, Wallander se convirtió en uno de mis personajes favoritos, con sus luces y sus sombras, porque, pese a todo, intentaba ser un hombre mejor.
Esa lucha por no caer en la mediocridad, de la que no sale siempre bien parado, es constante en todas las novelas de esta serie, que empieza con un Wallander en la cuarentena y termina con un (SPOILER ) anciano adentrándose en el final de su vida con un Alzheimer del que Mankell nos va dando pistas en las dos últimas novelas.
El método de investigación de Wallander nos atrapa, porque es metódico, sí, pero también instintivo: Kurt suele escuchar sus intuiciones, pero, cuando valoras la novela como un todo, no son más que conclusiones lógicas a las que no siempre llega en el primer momento, pero que, al unir las piezas del puzzle, aparecen, iluminando todo. No nos cuesta seguir la mente del inspector: Mankell lo ha dotado de una vida interior que se nos muestra de manera constante. Conocemos a Kurt Wallander; lo escuchamos pensar; lo acompañamos cuando debate consigo mismo; compartimos sus preocupaciones por la errática vida de su hija Linda; nos desesperamos porque dé tantas vueltas a su relación con su exmujer, Mona, porque sabemos que está más que terminada, pero todos, alguna vez, hemos sido ese Kurt que se resiste a aceptar el final; lo compadecemos cuando la irregular relación que mantiene con su padre está en un mal momento… En definitiva, Mankell nos ha permitido, novela a novela, formar parte de la vida de Wallander, y, cuando llegamos a ese triste final, en el que se nos anuncia que Kurt se va a perder para siempre en la nebulosa del Alzheimer, lloramos por él, porque es como ya alguien de nuestra familia .
Es esa aparente normalidad del personaje la que nos atrapa. Lo de menos, quizá, es la trama policial. No en el sentido de que no sea el centro de la novela, sino porque, aunque es su principal atractivo, a medida que conoces a Kurt es él, y no su investigación, quien nos interesa más. Cada novela se adentra en un caso intrincado, y, con ellos, el autor nos ha ido desgranando los principales problemas de la sociedad sueca en la última década del siglo XX y la primera del XXI. No es sino un cambio de mundo como el que también nosotros hemos vivido: la globalización del crimen, el crecimiento de la violencia, la trata de personas, los cambios sociales, la alienación a la que este nuevo mundo aboca a los más jóvenes… Mankell ha trazado, en casi 20 años de novelas, una eficaz radiografía del declive del estado de bienestar, y nos ha hecho reflexionar con cada una de ellas, queramos o no.
Leí toda la serie de Kurt Wallander a medida que Mankell la iba publicando, y la he releído ahora, 30 años después. La veinteañera que empezó a leer las novelas de Wallander y la señora de mediana edad que las ha releído no somos las mismas, no hemos leído lo mismo, aunque pudiese parecerlo. A aquella veinteañera le costaba entender algunas de las dudas existenciales de Wallander: a la mujer madura que soy ahora no, porque comparto con Kurt el peso de lo ya vivido, y eso me ha ayudado a sentirlo más cerca.