«Vida hogareña» (1980). Marilynne Robinson.
Después de leer Idaho decidí leer a una de las autoras en las que, según la crítica, se inspira la soberbia prosa de Ruskovich. Es cierto que existen paralelismos, pero creo que son dos narradoras con una potente y diferenciadísima voz. Confieso que siempre me había dado pereza leer a Robinson: la trama de su famosa primera novela, Housekeeping en su título original, no terminaba de atraerme, pero me alegro enormemente de haberla leído, porque me ha encantado. ¡Gilead ya está en mi lista de lecturas para los próximos meses!
¿Qué pasa en Vida hogareña? Pues que las convenciones sociales, la asfixiante atmósfera de los sitios pequeños, donde cualquiera es un posible espía, y la necesidad de cuidar a dos niñas se van entremezclando en una historia maravillosamente lenta y bien escrita, que nos va adentrando en esa casa rodeada de barro, en esa familia de mujeres perdidas o a punto de perderse… mujeres que no se quedan, pero que siempre dejan algo de ellas detrás.
Ruth y Lucille viven en esa casa, el epicentro físico de la novela, y crecen casi al azar, cuidadas primero por su sensata abuela, a la que suceden dos tías abuelas claramente incapacitadas para cuidarlas. Y entonces llega Sylvie, la hermana de su madre, disparatada, dispersa y, para los habitantes del pequeño pueblo, con demasiadas similitudes con una vagabunda. La vida de las dos hermanas va a cambiar para siempre con su llegada y con sus peculiares métodos de crianza. A través de la mirada de Ruth, Sylvie es terrible, pero a través de la de Lucille… es maravillosa, aunque a veces parezca ella la adulta y su tía la niña. Y Robinson nos hace navegar con su tranquilo relato, casi poético, por un mar en el que el indudable drama deja de serlo, pese a todo.