«El rayo verde» (1882). Julio Verne.
Quien no ha pasado largas tardes de su niñez enganchado a las novelas de Julio Verne se ha perdido para siempre uno de los mayores placeres de la existencia. Leí sus primeras obras en unas ediciones en cómic muy populares en los 70, pero pronto devoré todas y cada una de sus novelas como si fuesen una droga. Releerlas de adulta me transporta siempre a ese paraíso de la infancia, esas largas tardes sin más obligaciones que disfrutar de las páginas de un libro. Adoro todas las obras de Verne, pero El rayo verde siempre ha sido una de mis favoritas, quizá porque
Elena Campbell, la protagonista, es una rebelde tremenda, como lo he sido yo siempre.
La historia nos cuenta la obsesiva búsqueda de Elena del rayo verde, un fenómeno óptico atmosférico que ocurre poco después de una puesta de sol, o un poco antes del amanecer: se puede ver un punto verde, normalmente por uno o dos segundos, sobre la posición del sol. Yo, como Elena, me he pasado la vida intentando verlo, pero con menos ahínco que ella, debo reconocerlo.
Sam y Sib Melville, los generosos y bondadosos tíos de Elena, deciden acompañarla en un largo viaje en busca del dichoso rayo con la esperanza de que se case con Aristobulus Ursiclos, un insoportable y petulante joven. Según la leyenda, si una pareja ve junta el rayo verde, se enamorará para siempre, y esta es la última esperanza de los Melville para que su díscola sobrina se case. Pero… la vida tiene otros planes para la rebelde Elena.
Llena de aventuras, como todas las novelas de Verne, El rayo verde es un precioso canto a la libertad, a la independencia y a nuestra capacidad de perseguir nuestros sueños. Una novela preciosa que, si tienes hijos, deberías comprarle inmediatamente.