La mujer justa

Un blog sobre libros

Hans Ruesch

Regreso al país de las sombras largas (1973). Hans Ruesch

Esta novela ha de abrirse sin prejuicios. Dice siempre mi profesor de Prehistoria que el único modo que tenemos de acercarnos hoy a los cazadores-recolectores del Paleolítico son tribus como los inuits. Y con esa premisa me zambullí en la famosísima novela de Ruesch, cuya primera parte incluso llegó al cine. Los inuits, los esquimales, vivieron hasta casi el final del siglo XX ateniéndose a costumbres y usos milenarios, ajenos a la evolución tecnológica. Papik, el protagonista de esta novela, viaja por el mundo de las nieves junto a Viví, su esposa, y sus perros. Sus costumbres resultan chocantes para nosotros. Apalean a la traílla de perros sin motivo, excepto al líder, al que miman hasta la saciedad para que dé la vida por ellos. La unidad familiar sólo puede tener tres miembros, y es preferible un hijo varón, ya que las mujeres no pueden cazar. Así que practican el infanticidio con total impunidad. No son polígamos, pero la monogamia es social, no sexual: las mujeres esquimales se acuestan con sus huéspedes siempre que el marido lo permita. No hay celos sexuales, por tanto. Me niego a juzgarles. Durante milenios, los inuits mantuvieron su exigua raza de este modo: todas sus costumbres responden a las más duras leyes de supervivencia. Cuando Papik y Viví se enfrentan al hombre blanco, les asusta su barbarie… curioso, ¿no? Por ejemplo, en las matanzas indiscriminadas de focas, bebés incluidos. Los inuits cuidaban mucho su entorno, ya que de él dependía su raza. Al terminar esta novela me surge una pregunta: ¿por qué el hombre blanco no pudo permitir los usos inuits impidiéndole simplemente el infanticidio? ¿Por qué hemos creído siempre ser superiores a todas las demás etnias y hemos tratado de imponer nuestros modos de vida, exterminando los demás?

Biografía del autor (El País): Hans Ruesch nació en Nápoles en 1913, en una familia de ricos industriales suizos. Ruesch fue un personaje notable, con una auténtica «vida de película». Se apasionó por la arqueología, llegando a trabajar en el sitio de Pompeya antes de realizar un largo viaje que le llevaría a descubrir África y su pasión por la fórmula 1. A los 19 años abandonó la Universidad de Zúrich para dedicarse a las carreras de coches en las que se alzaría con 27 victorias al volante de bólidos Alfa Romeo y Maseratti, incluido el Gran Premio de Gran Bretaña en 1936. Al año siguiente publicó su primer libro, ambientado en el mundo de la fórmula 1, The racer (El corredor), que sería llevado al cine en 1955 por Henry Hathaway y protagonizada por Kirk Douglas. En 1953 retomó el automovilismo en una carrera en Italia que le enfrentó a Fangio. Su estilo, definido como «cercano al de Jack London», le llevó a escribir en 1950 la que sería su obra cumbre, vendida en más de un millón de ejemplares sólo en EE UU Top of the world. La novela fue adaptada por Nicholas Ray en una película protagonizada por Peter O’Toole y Anthony Quinn. Ruesch era un políglota consumado, capaz de escribir tanto en italiano, como en alemán, francés o inglés. Pero aún habría una vuelta de tuerca más en una vida tan intensa. La que le llevaría en los años setenta a convertirse en un ferviente defensor de los derechos de los animales y enemigo de la industria farmacéutica. En 1976 y 2006 publicó en Italia dos libros que harían sensación: La emperatriz desnuda, o el gran fraude médico y La hija de la emperatriz. Denunciaba la experimentación en animales, la industria farmacéutica y el sistema médico, «que acepta la vivisección aun a sabiendas de su inutilidad». Según la prensa helvética, la ignorancia de la obra de Ruesch en su país estaría causada por un boicot motivado en su «guerra» contra la todopoderosa industria farmacéutica, que tiene en Basilea, Suiza, su cuartel general mundial. En particular, por su libro La historia de la farmacia (1982), y en el que denuncia la existencia de numerosos fármacos nocivos o mortales que seguirían siendo vendidos sin problemas en el mundo entero. Falleció en Massagno a los 94 años, en 2007.

14 comentarios en «Regreso al país de las sombras largas (1973). Hans Ruesch»

  • Se llama etnocentrismo y ocurre en todos los rincones de la tierra, lo que pasa es que según la potencia de la etnia se consigue imponer o no. Un asco. Besitos/azos.

  • leyendo este libro, a pesar de que me chocaban tantísimo los usos inuits no podía dejar de pensar por qué los nuestros nos parecen mejores. excepto lo del infantilismo, claro… hay una escena en la que papik acompaña a los blancos a cazar focas y es tremenda: no entiende la saña, ni que maten bebés, no entiende nada, sólo ve que están matando indiscriminadamente su medio de vida… y empieza a atacar a los hombres.

  • Jack London es sus Relatos de los mares del sur, recrea esa terquedad, esa ambición sin límites del hombre blanco que le hace imponerse a toda cultura que toca. No se trata de quién es mejor sino de quién es más fuerte. Y en esa lucha, hasta ahora, el hombre blanco ha llevado las de ganar. Ello no deja de suscitar reflexiones contradictorias. Por ejemplo, la reivindicación del velo por parte del colectivo musulmán residente en Europa, incluido el velo facial. ¿Debe ser asumible por nuestras culturas? El debate está servido.

  • mmm joselu… no sé, no me parece el mismo caso. a ver, una cosa es ocupar su hábitat y modificar sus costumbres, y otra lo contrario, no?

  • Mmmm… parece interesante.Felicidades por tu blog. Acabo de descubrirlo y me ha gustado mucho. Agregada estás.

  • Pues, por muy fuerte que suene esto, el infanticidio fue, ha sido y seguramente será necesario, precisamente para que una especie/raza pueda seguir existiendo.Sencillamente porque en según qué sociedades/comunidades es la única forma de regular la proporción de seres y recursos. Matar aquellos bebés que, por deficiencias físicas o psíquicas, no son capaces de valerse por sí mismos puede suponer un asunto de supervivencia para los demás.Imagino que iría por ahí la cosa.Sin duda, nuestros usos nos parecen mejores porque son nuestros.

  • irreverens, es cierto, muchísimas culturas han practicado el infanticidio para sobrevivir, pero lo cierto es que, hoy por hoy, no debería ser necesario. ese es para mí uno de los retos del compulsivo hombre blanco: intervenir para mejorar, no para devastar… difícil lo veo.membrillo, muchísimas gracias!inquilino comunista, me sonroja usted!

  • La falta de tolerancia. Intentamos que todas las culturas sean igual alas nuestras. De ese modo no tendríamos enemigos. Pero seguimos teniendo miedo a que cualquier «extraño» nos arrebate nuestro estilo de vida. ¡Qué manía la de imponer!!!!

  • con lo chulo que es enriquecer una cultura con otra, aprender, compartir… mezclar!

  • El infanticidio también lo cometían en Esparta, al que no servía o estaba tullido lo tiraban por el barranco. Así de fácil, aunque ellos no buscaban la supervivencia si no la mejora de la raza, ¿a qué nos suena eso?

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