«2001: una odisea espacial» (1968). Arthur C. Clarke.
Es casi imposible separar la ya mítica novela de Arthur C. Clark de la película de Stanley Kubrick. Ambas se crearon de manera paralela, a partir del relato corto El centinela (1948), y suponen uno de los hitos de la ciencia ficción en la literatura y en el cine. ¿Quién es capaz de escuchar la música de Así habló Zaratustra, de Richard Strauss, y no viajar mentalmente a esa odisea espacial que ya es leyenda?
He leído esta novela varias veces, y todas y cada una me ha maravillado de la misma manera. Desde el magistral inicio, con ese monolito que da un empujoncito a nuestros ancestros para que desarrollen su inteligencia, al salto al futuro, donde el monolito que aparece enterrado en la Luna avisa a su matriz en Saturno de que los humanos por fin son seres con inteligencia suficiente (en la película está en Júpiter, pero sin duda me quedo con la belleza de Saturno y sus anillos). La soledad del astronauta Bowman tras la rebelión del computador HAL 9000 en el Discovery, magistralmente narrada, es una de mis partes favoritas de la novela: esa certeza de que nunca volverá a casa, asumida sin ningún drama; su manera automática de organizar sus días mientras se acerca a Saturno… y esa frase, cuando por fin llega a su destino y se atreve a explorarlo: «¡Está lleno de estrellas!».
Es una novela poética, visionaria e imprescindible para todos los amantes de la ciencia ficción.
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